Revolución, hemorroides y punk-rock

Cuenta cierto libro que Carlos Marx padecía en su rollizo y revolucionario cuerpo de una auténtica plaga de forúnculos que lo atormentaban día y noche; producto, quizás, de una alimentación desbalanceada. Según parece, lo peor de todo era que a veces los forúnculos le brotaban en salva sea la parte y entonces no podía depositar sus revoltosas posaderas en ningún asiento. Que alguien que, según propia confesión, era "una máquina condenada a devorar libros" no pudiera sentarse con tranquilidad a estudiar su Hegel y su Adam Smith no tiene nada de gracioso y no sé de qué te estás riendo, atolondrado lector que todo lo llevas por el lado de la vil chacota, esto es muy serio. "Mientras viva, la burguesía se acordará de mis forúnculos". Con razón soñaba con revoluciones apocalípticas y guillotinazos.

Años más tarde, una figura de nuestro mundillo ñembounderground atribuye, por lo menos en parte, su argelado carácter y su incapacidad para soportar a popipunks, anarcopunks, cristianopunks, riot bitches y demás yerbas al hecho de padecer terribles dolores allá donde la espalda pierde su casto nombre. Y, antes de escuchar bobadas, que quede bien claro que no se trata de mí, que le bajo granola a bulto, tengo una digestión perfecta y el traste como una bola de billar; que me encanta andar en bici y no tengo vocación de cantaor de flamenco.